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miércoles, marzo 2

El lienzo cobre.


El chico verde no dejaba de mirarla. Esa mañana Anaé no se había arreglado. Había cubierto su castaña melena con la capucha de la sudadera y se había enfundado unos pantalones oscuros.
Se dio cuenta de que la manga de su camiseta se había manchado. Un punto amarillo había sorteado la barrera de la bata y brillaba solitario sobre la oscura tela. Esto le hizo pensar.
Se levantó y caminó hacia el caballete del chico verde. Este le miró sorprendido. Estaba pintando una bonita puesta de sol en la playa. Los oleos descansaban sobre la paleta que sostenía su mano izquierda, mientras nervioso sostenía el pincel en la mano diestra.
-¿Has visitado ese lugar?
La voz de Anaé acarició los oídos del chico verde. Nunca antes le había oído hablar, así que estuvo muy atento. Paseó el pincel de una mano a otra pensando y sin levantar la mirada del lienzo contestó.
-Si.
Dejó el mango del pincel sobre su sien mientras su grave voz bailoteaba aún en la cabeza de Anaé. Ella desvió la mirada al lienzo buscando el significado entre las pinceladas de las siluetas que había creado.  Se dio cuenta de que el joven sentado que observaba la puesta de sol, no era otro que el chico verde.
-Lo encontraré.
Anaé desvió la mirada a sus ojos claros que le prestaban toda la atención. Se fijó en que se había manchado la mejilla. Sonrió al darse cuenta del color.
Verde.