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domingo, febrero 27

Rojo.


Un hombre joven entró en la sala. Anaé sonrió.
Era rojo, nada más verlo supo que era de color rojo. En su vida solo había habido una persona así. Sacó su libreta.
El profesor estaba de baja y el hombre rojo sería el sustituto. Anaé comenzó a dibujar sus rasgos con trazos rápidos y seguros. Guardaría el retrato del hombre rojo en la caja escondida que había bajo su cama. De este modo él ya no podría escaparse de su memoria.
Fijó la vista en ella. La ordenó bajar los pies de la silla. Anaé se abrazó las rodillas y con una risilla nerviosa le hizo caso. El hombre rojo la miró una vez más antes de comenzar la clase, asegurándose de que le había obedecido.
Retomó el rápido retrato a lapiz que había empezado. En el momento en el que el compañero a su lado hizo una pregunta, Anaé se frotó la nariz concentrada. Notaba un cosquilleo en su pie derecho que se había quedado dormido.
Cuando terminó se apresuró a guardar la libreta. El hombre rojo esta de espaldas a la clase escribiendo en la enorme pizarra. Anaé se preguntó si se limpiaría las manos de tiza en los pantalones, o las sacuduría entre sí.
El compañero a su lado tan siquiera tenía color. Tuvo ganas de empujar discretamente su bolígrafo azul hacia él. No lo hizo. No cambiaría nada, él no tenía color.
Un sonido llamó la atención de Anaé. El hombre rojo había sacudido las manos entre sí y se dirigía a la clase en su apasionada charla educativa. Sonrió divertida mientras volvía a subir los pies sobre la silla. Le gustaba el nuevo profesor.
Él era de color rojo también.


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