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lunes, febrero 28

Little Anaé.


Anaé no levantaba la vista de su pequeña muñeca de porcelana. Los perfectos bucles enmarcaban su rostro y la hacían perfecta. La niña sonrió. Era su muñeca preferida.
En un lugar oscuro y apartado E. la observaba.  Estaba recostado contra un árbol y tenía un libro sobre el regazo.  El libro era tan viejo y estaba tan usado, que la portada apenas se leía.
En cuanto se puso a llover guardó su valioso tesoro bajo su chaqueta. Anaé alzó la mirada y se encontró con la de él, sosteniéndola.
-E.
El chico desvió la mirada a sus labios cuando los castaños ojos de la niña se encontraron con los suyos. Había pronunciado su nombre. Estaba seguro, era una niña lista.
Anaé lo sabía, claro que lo sabía. Adecentó el lazo de su vestido con cuidado. Estaba empezando a mojarse, tenía que volver a casa o su madre se enfadaría.
E. le regaló una última mirada antes de levantarse y volver a desaparecer.
-No importa.
Anaé susurró a su muñeca. Volvería. Siempre lo hacía.
La guardó  en el bolsillo delantero de su vestido rosa y se puso en pie. Empezó a andar tranquilamente recordando los pasos de ballet que había aprendido ese día.